Jorge Carrión: Tu cine puede ser leído, tras Godard o Marker, como una poética de la cita...
Isaki Lacuesta: Las casas de citas son lugares de reputación dudosa, así que prometo que mis próximas películas evitarán incidir en esa poética que señalas, que me parece bastante peligrosa, al menos para mí. A partir de ahora me gustaría que mis películas siguieran caminos muy distintos: por un lado, trabajo con una serie de guiones más narrativos, y por el otro, en piezas más autobiográficas, cercanas al cuaderno de notas.
Jorge Carrión: También cultivas la cita literaria: ¿Cómo sintetizarías tu trayectoria como lector de libros?
Isaki Lacuesta: No sabría sintetizarla bien. Creo que hay un relato de Luis Landero en el que resume la historia de la literatura universal en menos de diez líneas. Yo sería incapaz de hacer algo semejante, parecería una guía telefónica para pedantes. Si quieres un resumen, puedo decirte que fui un niño que leía mucho y hablaba poco. A partir de los dieciocho comencé a publicar reseñas literarias en un periódico de provincias, gracias a lo cual me regalaban muchos libros, la mayoría de los cuales eran pésimos, pero entre ellos siempre aparecía alguna joya para mí desconocida, como Joseph Joubert o Madame de Sevigné. Pasé por las etapas previsibles en cualquier letraherido (Shakespeare, Kafka y Borges, todos ellos autores que me parecen mucho más complicados ahora que entonces, la Lost Generation norteamericana, los franceses decimonónicos, De Quincey, Diderot, Villon, Virgina Woolf, los gigantes rusos, los dadaístas, surrealistas y otros “–istas” menos afamados, los trágicos griegos, Sterne, Pessoa y compañía...), y hace unos años, la lectura de Proust me conmocionó y supuso un punto de inflexión. Tras la resaca de La recherche, volví a los viejos conocidos, y lo que más leo ahora son dietarios de artistas y novelas de aventuras. Digamos que ando a medias entre Conrad y Valéry. Para terminar el resumen, ahora, por culpa de la moda de las conferencias, los cursos y las mesas redondas, me pagan más por hablar que por leer, todo lo cual ha trastocado mi naturaleza. Ahora leo menos y hablo demasiado.
Jorge Carrión: En Las variaciones Marker hay una clara disociación entre la voz en off y las imágenes que se proyectan. Me refiero a una disociación referencial, evidentemente sí hay una asociación metafórica, poética. ¿Cómo has llegado a esos vínculos simbólicos? ¿Exclusivamente desde el cine? ¿A través de la literatura, de la poesía?
Isaki Lacuesta: Normalmente, estas disociaciones surgen durante el trabajo de montaje, nunca aparecen antes del contacto directo con las imágenes y los sonidos. En este aspecto son más fruto de la artesanía y el jugueteo con los materiales que de un plan preconcebido. Con el montador Sergi Dies nos gusta mucho hacer manualidades con los planos antes de empezar a pensar demasiado, porque las personas somos animales dotados de una increíble capacidad fabuladora, y a la que juntamos o aproximamos dos elementos dispares no podemos evitar percibir vínculos entre ellos, y comenzar a inventarnos historias o metáforas. De hecho, cada pieza de Las Variaciones tiene un estilo de montaje distinto. Y si me preguntas por mi formación, imagino que en este gusto por el montaje han influido mucho la música y la literatura. Crecí escuchando The Beatles mientras leía a Mary Shelley, Stevenson y Bram Stoker. Ahora, cuando escucho algunas de aquellas canciones que marcaron mi infancia no puedo dejar de asociarlas a determinadas páginas de Frankenstein, algo que desde luego nunca pudieron prever ni Lennon ni Shelley.
Jorge Carrión:En la película hablas de la relación entre montaje y pestañeo. ¿Cuál es el ritmo (musical) de la mirada? ¿Cómo se relaciona con el del pensamiento?
Isaki Lacuesta: Los cineastas clásicos de Hollywood aspiraban a lograr un montaje invisible, en el que cada plano durara exactamente el tiempo justo que el espectador requería para su comprensión. Siguiendo esta idea, el gran montador Walter Murch (Apocalypse Now, etc) apuntaba que los parpadeos deberían caer siempre en el momento preciso del corte, de tal modo que nunca pudiéramos apreciarlos. Lo que nosotros decimos en “Las Variaciones” es que Chris Marker parte de una concepción opuesta del arte del montaje, en la que el corte debe poder ser visto y pensado, puesto que cada cambio de plano, cada intersticio, está repleto de significado. Por eso los parpadeos jamás coinciden con el instante del corte y del empalme. En cuanto a la musicalidad de la mirada, cada día admiro más a los cineastas que son capaces de plasmar un cambio de ritmo, una alteración del estado de ánimo, de dilatar la temporalidad de un puñetazo hasta que podamos apreciar que en ese gesto brusco se escondía una caricia: eso podemos encontrarlo claramente en secuencias como éstas: de Mauvais sang , Days of being wild o en el germen de las anteriores: Masculin féminin.
Jorge Carrión: Está claro que el viaje es para ti un modo de llegar a las historias y, sobre todo, a ciertas imágenes. En Las variaciones hablas de la oposición porteña entre Piglia y Aira y la asocias a luchadores de sumo. ¿Por qué?
Isaki Lacuesta: Para mí, el viaje es, antes que nada, una forma de vivir. Otra cuestión es hasta qué punto los que hemos crecido educados por el cine y la literatura en vez de por la religión, podemos vivir sin dejar de vernos a nosotros mismos como los protagonistas y al mismo tiempo los lectores del relato de nuestra propia vida. Por cuestiones laborales, cada vez viajo más y leo menos. Además, hoy en día los cineastas viajamos todo el rato y al azar, y acabamos yendo allí donde nos invitan, como si fuéramos viajantes. Para ser más precisos: somos como cantantes de rock que en vez de tocar en los conciertos, se limitaran a pinchar sus discos y a explicarlos después en un coloquio por si alguien tuviera problemas de oído o no los hubiera podido entender del todo bien. Somos buhoneros. En fin, es una costumbre muy extraña, pero gracias a eso he podido conocer lugares que nunca hubiera imaginado visitar. Gracias a esta red mundial de festivales, Buenos Aires se ha convertido en una de las ciudades que más han marcado los últimos cinco años de mi vida. La adoro y la detesto. Siento que los porteños tienen la necesidad de extremar siempre sus opiniones y partir el mundo en dos bandos opuestos. El chiste acerca de Piglia y Aira surgía de esta idea, y de la admiración que siento por ambos, aunque al parecer ellos se odien entre sí. Como decía Borges sobre los peronistas, “no son ni buenos ni malos, son incorregibles”.
Jorge Carrión: En la estructura literaria del guión de Las variaciones, con su gusto por la coincidencia y por las historias paralelas, adivino la lectura de Enrique Vila-Matas. ¿Estoy en lo cierto?
Isaki Lacuesta: No pensé en Vila-Matas cuando lo escribía, pero en cualquier caso, lo cierto es que he leído casi todos sus libros, así que bien podría ser que hubiera un rastro suyo. Creo que muchos lectores de nuestra generación encontramos a Vila-Matas en el momento justo para que nos descubriera a la cofradía de los raros: Walser, Perec, Artaud, Musil, Polgar, Aira y compañía. En este aspecto, Vila-Matas ha hecho un trabajo similar al de Gómez de la Serna en su día. Para cerrar el círculo, hace poco interpreté en un corto a la sombra de Vila-Matas, y él me incorporó a una de sus crónicas.Estos juegos borgianos me siguen divirtiendo mucho, pero de todos modos, cada vez siento más que estamos rodeados de un exceso de metacine y metaliteratura, y procuro esquivarlo como puedo, intentando volcarme en la vida sin encuadres ni encuadernaciones. El arte puede ayudarnos a ahondar en las experiencias, pero al mismo tiempo puede interponerse como un filtro, y eso es lo que más temo: no me gustaría nada acabar en la cama con Anna Karenina.
Jorge Carrión: Me interesa mucho esa idea: después de la posmodernidad, volvemos a la vida, sin inocencia, post-irónicos quizá; lo real, entonces, se vuelve en la raíz (lo radical) del arte. En ese sentido, La leyenda del tiempo es una película que hace malabarismos con la realidad, y que busca en ella la emoción, la piel, el paisaje, la belleza, la tristeza…
Isaki Lacuesta: Después de Cravan, que es una película de aprendizaje, de carácter más teórico, necesitaba tratar de captar este tipo de impresiones más inmediatas, que de algún modo ahora me parecen más cercanas a la esencia del cine, entendido como un arte de las huellas y los rastros. Me apetecía abordar el cine como retrato. En fin, estoy completamente de acuerdo con la idea que apuntas.
Jorge Carrión: Hace años entrevisté a Guerin y me hizo una reflexión parecida: el cine como arte del rastreo (y de la luz). Compartes con él el interés por lo real, la búsqueda de la perfección o de la maestría técnica y una profunda conciencia literaria, además de una escena del cine español del siglo XXI, la que se ha desarrollado en sintonía con el Máster de Cine Documental de la UPF y con el suplemento Cultura/s de La Vanguardia, es decir, con Jordi Balló, que ha contado con Joaquín Jordá y con José Luis Guerin como tutores...
Isaki Lacuesta: El encargo del cazador de Jordà y Tren de sombras de Guerin me marcaron mucho cuando empecé a plantearme hacer películas, son obras que me descubrieron que era posible hacer cine de formas distintas a la habitual. Después, tuve el gusto de conocerles y entablar amistad con ambos. Ese diálogo intergeneracional me parece importante, porque ha sido algo poco habitual en la historia del cine español. Sin embargo, debo aclarar que la búsqueda de la perfección no es algo que me quite el sueño: la mayoría de mis películas favoritas como espectador son bastante frágiles e irregulares. Pretender hacer películas perfectas sólo puede conducirte a la impostura o la parálisis: si los ángeles vuelan es porque se lo toman a la ligera. Y yo quiero hacer películas sin paracaídas.
Jorge Carrión: Tu cine busca la armonía y la disonancia, artesanales, entre imagen, texto y música. ¿Es válida todavía la vieja pretensión del cine como arte total?
Isaki Lacuesta: En castellano, “total...”, seguido de puntos suspensivos, viene a significar “qué más dará, total, pa lo qué importa...”. Me parece que ésa es la acepción de la palabra más reivindicable.
Jorge Carrión: En tus trabajos en el ámbito del arte contemporáneo estás investigando con las nuevas tecnologías. Tienes un proyecto sobre escáner cerebral (vinculado con un neorromanticismo: escanean el cerebro de tu pareja sentimental y tú buscas, mediante palabras clave, que son ciudades donde estuvisteis juntos, el rastro del amor neuronal) y otro en marcha sobre Google Earth. ¿El cine sólo puede sobrevivir en diálogo con el porvenir?
Isaki Lacuesta: El cine tiene la capacidad de convertir en pasado todo lo que toca, en un falso eterno presente o pretérito indefinido como el de Pompeya, por eso ahora echo de menos un cine más volcado en el presente, y a menudo me pregunto cómo puede conjugarse con la imagen cinematográfica en futuro (de ahí mi interés por Chris Marker). El trabajo al que haces referencia se titula “Lugares que no existen- Goggle Earth” y es una réplica a ras de suelo del famoso programa, que estamos realizando con Isa Campo. “Goggle” (con dos “g en medio”) significa “remover los ojos” y “anteojeras”. Hemos sabido que Google (con dos “o”) oculta deliberadamente distintos paisajes, y nosotros vamos a ir allí para filmar lo que existe debajo de esos falsos paisajes de píxels que vemos en el ordenador. Por ejemplo, ya hemos filmado un hotel de lujo construido en Fuerteventura incumpliendo la ley de costas, y que Google optó por ocultar y convertirlo en una playa después de pactar con el ayuntamiento del lugar. En los próximos meses, vamos a hacer lo mismo en espacios de Cádiz, Colombia, Melbourne, Ecuador, Rusia... Hay un lugar común que nos parece terrible, según el cual viajar hoy en día ya no tiene sentido, porque todos nos hemos convertido en turistas que nos desplazamos por lugares homogeneizados. Creemos que ver las cosas con nuestros propios ojos aún tiene sentido, y nos gusta recuperar el pasaje del gran Conrad: “De muchacho tenía yo pasión por los mapas. Hubiera mirado durante horas enteras mapas de América del sur, de África, de Australia, y me hubiera perdido en todas las glorias de la exploración. En aquel tiempo, había en la tierra mucho espacio en blanco, y cuando yo veía en un mapa uno que parecía especialmente atractivo, hubiera puesto mi dedo sobre él: “cuando crezca iré allá". El mundo sigue lleno de espacios en blanco, incluso en Google Earth.
Jorge Carrión: Acabo de publicar un libro sobre Australia: en ese viaje y en su escritura he descubierto precisamente eso, que tiene sentido irte a la otra punta del mundo, porque Wikipedia, Google o las páginas web de los pueblos y oficinas de turismo están llenos de vacíos, de mentiras, de malentendidos. El viaje, de algún modo, se vuelve todavía más necesario: porque antes los espacios estaban en blanco, eran honestos; ahora están falsamente llenos, están enmascarados, de modo que el viajero tiene que borrar antes de escribir en ellos. Tu video sobre el cerebro, de algún modo, apunta hacia una dirección complementaria: qué hay escrito dentro de nosotros, cómo podemos mapearnos…
Isaki Lacuesta: En realidad, me parece que tanto “Lugares que no existen (Goggle Earth)” como “Resonancias magnéticas” plantean una lectura ambivalente. Sentimos una necesidad irrefrenable de escritura, de cartografiar el mundo entero e incluso nuestras emociones, pero al mismo tiempo la gracia de estos intentos radica en su absoluta imposibilidad. En “Resonancias” jugaba con la fantasía de poder penetrar en la mente y en los sentimientos de mi amada. Esta idea, propia de la ciencia ficción, es la misma que Michaux ya soñó hace décadas: "Este fantasma, este doble que es el temperamento y sus recorridos extraños denominados sentimientos, que en la fisonomía sólo afloran y en los actos se imprimen, cualquier día, cualquier día estoy seguro y no tan lejano y felices aquellos que los contemplarán, cualquier día se les verá. Se verá, gracias a un invento cualquiera, los sentimientos, formarse las emociones, enlazarse, y sus conexiones progresivamente hasta contagiar el individuo todo entero. Se verá el amor". (Henri Michaux, "Pensando en el fenómeno de la pintura", 1946). En “Resonancias”, los científicos que contraté para analizar el cerebro de mi amada concluyeron que creían haber detectado actividad cerebral en un área misteriosa, que ellos suponen responsable del amor. Pero no podían responderme con certeza. Hace tan sólo unos días, los periódicos anunciaban que, gracias a la tecnología de las resonancias magnéticas, ya podíamos leer y transcribir los pensamientos ajenos casi al pie de la letra. Por supuesto, ese titular no era periodismo, sino propaganda. Aún estamos lejos de llegar a ese extremo. La poesía sigue siendo necesaria, y por fortuna, no es incompatible con la ciencia, más bien todo lo contrario.
Jorge Carrión: ¿Cómo llegaste a la historia de La leyenda del tiempo? ¿Cómo fueron los viajes previos hasta el viaje definitivo –el rodaje?
Isaki Lacuesta: Fui a San Fernando de vacaciones, poco antes de estrenar Cravan, y quedé prendado de su modo de vida. La bahía de Cádiz me fascina, y no he dejado de pensar que algún día seré un joven jubilado gaditano. Durante los años siguientes, regresé varias veces, ya con la idea de hacer una película, que es una de las mejores excusas que existen para instalarte a vivir durante una temporada en un lugar ajeno. Partíamos de una serie de intuiciones, de anotaciones muy breves sobre cómo podía ser “La leyenda”. Después, una vez conseguida la financiación, hicimos un casting en busca de los personajes: este cásting era fundamental, porque no sólo buscábamos a los intérpretes, sino también el argumento de la película. A partir de aquí, planteamos un rodaje de nueve semanas, dividido en tres etapas (diciembre, febrero y julio), con el objetivo de tener tiempo para repensar lo que estábamos haciendo y dejar crecer a los personajes. Para un rodaje así, es fundamental la complicidad de los protagonistas y de todo el equipo técnico. Es lo más parecido a trabajar y vivir en familia, con todo lo bueno y lo malo que esto conlleva. Desde luego, les estoy muy agradecido a todos, porque hay que ser muy generoso para embarcarse en un rodaje como aquél, trabajando tanto tiempo sin guión y sin saber hacia dónde diablos nos dirigíamos.
Jorge Carrión: En tu modus operandi, por tanto, es importante estar atento a los estímulos que te proporciona el propio viaje... El guión está abierto... ¿Hasta qué punto también las lecturas son importantes en este sentido?
Isaki Lacuesta: En la misma medida en que pueda serlo todo lo que nos rodea: una canción, un tropiezo, un programa de televisión, un encuentro o una conversación escuchada en el tren pueden servirte como punto de partida de una escena. De todos modos, en este sentido, La leyenda es una película muy poco libresca, y seguramente me marcaron más las letras de muchas canciones populares que ningún libro.
Jorge Carrión: ¿Has pensado en “adaptar” algún texto literario?
Isaki Lacuesta: Sí, varios, aunque de forma muy poco literal. Supongo que todo llegará a su debido tiempo... De momento, aunque no sea una adaptación, para mi próxima película, Los condenados (una historia que ocurre en la Argentina actual, coescrita con Isa Campo) hemos pensado mucho en el tono moral de Joseph Conrad, sobre todo en su libro Una visión desde Occidente.
Jorge Carrión: ¿Cuál es tu primer recuerdo como lector, entendiendo “lectura” en el sentido más amplio (cine, publicidad, literatura, artes visuales...)?
Isaki Lacuesta: Me recuerdo de niño leyendo las caricaturas de El Periódico. Mi padre trabajaba entonces en una empresa de alpargatas y yo pensaba que el que aparecía en las caricaturas del diario era su jefe, al que confundía con el presidente del gobierno Adolfo Suárez. Parece ser que en mi mente infantil aquellas dos figuras tan poderosas se mezclaban en una sola. Y la primera novela que recuerdo haber leído es Los piratas del Halifax de Julio Verne, aunque sé que no fue la primera.
Jorge Carrión: ¿Y el último?
Isaki Lacuesta:Ahora estoy leyendo la Autobiografía de Chesterton y soy adicto al blog de Arcadi Espada y al dibujante Liniers. Por si no lo conoces, te recomiendo encarecidamente a Liniers, que es un poeta, el Lewis Carrol de los pingüinos. Y también recuerdo haber leído hace poco un titular en El Mundo que decía: “Patrick Swayze lucha contra el fantasma del cáncer de páncreas”. Escribir un juego de palabras tan miserable como éste debería ser delito.